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Recientemente el BCE ha anunciado una medida no convencional de política monetaria conocida como Quantitative Easing que pretende ayudar a espantar el fantasma del riesgo deflacionista en la economía europea. Esta medida consiste fundamentalmente en establecer un plan por el que un banco central se compromete a introducir dinero nuevo en la economía a través de compras de activos. En el caso del BCE el plan consiste en dotar 60.000 millones mensuales desde marzo a la compra de deuda soberana.

Con esta decisión se busca que los bancos convencionales en lugar de dedicar sus activos a la compra de bonos de deuda pública los dediquen a prestarlos a empresas y particulares. De este modo, se produce un efecto estimulante en la economía, ya que si los bancos deciden abrir el grifo del crédito los particulares se animarán a consumir y las empresas a invertir. Consecuencia de todo ello, sobre el papel, sería que la economía se reactivaría y se comenzaría a crear empleo.

No obstante, aunque teóricamente con este mecanismo de política económica se puede ayudar a impulsar a la economía, el principal objetivo que tiene el BCE es otro. Como aseguran sus estatutos la principal función del BCE es la estabilidad de los precios y como la inflación europea está próxima a cero, el gobernador ha optado por una política menos ortodoxa para lograr tasas próximas al 2 % .

Y es que como decimos esta medida tiene un efecto seguro, ya que al existir dinero nuevo en la economía los precios se incrementarán. Además otra consecuencia es que al circular más billetes del euro en la economía, el tipo de cambio frente a otras divisas se depreciará. Este último punto es positivo para economías como la española que necesitan mejorar su competitividad. Si el euro se abarata los productos españoles se harán más atractivos para el exterior y se podrán mejorar las exportaciones.

Hasta aquí perfecto. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, ya que es posible que esta medida tenga un efecto escaso o nulo sobre la economía real. Como indicaba hace algunas semanas el economista Richard Koo en una entrevista para el diario El País, en Europa los particulares y las empresas no quieren pedir prestado, sino que quieren devolver sus deudas ante la incertidumbre que rodea a la economía. Por tanto, es probable que el dinero del BCE se quede en los mercados y no logre impulsar la actividad económica.

Lo que observamos aquí es que la política del BCE en este caso es necesaria, pero desde luego no es suficiente. Lo que necesita Europa en este momento es un plan de estimulo fiscal que acompañe al Quantitative Easing. Es necesario reactivar la demanda, porque sin demanda no habrá crecimiento y por tanto no se creará empleo. Bajo el papel parece que podremos mejorar nuestra competitividad y vender nuestros productos más baratos, pero no debemos olvidar que nuestros principales clientes usan nuestra misma moneda. Por tanto, en este caso la Comisión Europea debería subirse al carro y establecer un plan de inversiones amplio que ayude a reactivar la demanda.

Con todo, es cierto que estamos ante un hito sin precedentes. El BCE ha dejado a un lado su ortodoxia y parece decidido a intervenir en la medida de sus posibilidades para hacer algo. No obstante, este ente da una de cal y otra de arena. Esta misma semana hemos asistido a un órdago en toda regla al retirar la ventana de liquidez a los bancos griegos. Sin duda esta medida no va en consonancia con la anterior. Sembrar incertidumbre y dudas no ayudan a la estabilidad económica europea. Veremos si esta decisión no acaba por empañar la línea que iniciaba el BCE con el Quantitative Easing.

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Por Luis Javier Calvo Serrano

Soy licenciado en Economía y Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid y decidí comenzar con EcoFinancial porque me pareció una buena oportunidad donde practicar mi afición por la escritura y el análisis de la actualidad.

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